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Ya es un hecho ampliamente reconocido y documentado que el Kremlin influyó de manera directa, gracias al despliegue de informaciones falsas a través de las redes sociales, en las pasadas elecciones de Estados Unidos. Y también lo hizo en el referéndum del Brexit. E igualmente intervino en las elecciones francesas. Y en las holandesas. Y en el conflicto catalán. La lista es muy larga y no hace más que ampliarse mes tras mes. Unas veces Vladimir Putin y sus secuaces alcanzan sus objetivos, y otras se quedan a medio camino. Algunos se preguntarán: ¿pero cuál puede ser la meta exacta perseguida por Moscú? La respuesta es bastante sencilla: la simple desestabilización política y social de aquellos países que Rusia considera rivales, tales como Estados Unidos y los países pertenecientes a la Unión Europea. Gracias a la propagación del virus de la incertidumbre, del odio y de la división, los herederos de la antigua Unión Soviética aspiran a contrarrestar la ventaja, ya sea económica, militar o política, que perciben en sus más directos contrincantes dentro del tablero internacional. “Divide y vencerás” parece ser el tema que dirige los pasos de Vladimir Putin. Sólo gracias a la infección del odio y la crispación, Rusia tiene alguna posibilidad de encaramarse de nuevo al podio de los contados países que dictan el destino del planeta. Y tomando en cuenta que, hoy en día, alrededor del 60% de los ciudadanos del Primer Mundo se informan únicamente a través de las redes sociales, inocular el virus de la desinformación y del odio nunca había sido tan fácil como en la actualidad.

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