¿Trump, el arte del acuerdo o el arte de la guerra?
No he leído el libro de Trump “The Art of the Deal”, ni tengo intención de hacerlo. Ya antes de que asumiera la presidencia, Trump siempre me pareció más un abusón que un negociador. Y, desde que accedió a la Casa Blanca, mis peores sospechas —y las de mucha gente— se han confirmado.
Claramente, Trump tiene muy poco arte para los acuerdos, y su “manual de negociación” parece incluir una sola técnica: utilizar amenazas y su posición de fuerza para extraer todo lo posible de sus interlocutores. La misma estratagema que parece haber usado en sus negocios inmobiliarios, y que últimamente ha intentado utilizar, por ejemplo, en las relaciones comerciales de EE.UU. con Europa, China y otros países.
Aguacates en La Rioja
Corría el año 2007, cuando el entonces presidente del Gobierno, el socialista José Luís Rodríguez Zapatero, fue al programa de televisión Tengo una pregunta para usted. En el programa, el público podía hacerle preguntas directamente al invitado, y un ciudadano le preguntó a Zapatero si sabía cuánto valía un café en la calle.
La respuesta del presidente, de la que se habló durante meses, fue “80 céntimos”. Raudo y veloz, el ciudadano que había hecho la pregunta replicó que “eso era en los tiempos del abuelo Patxi, hoy no”. Efectivamente, en aquel momento un café costaba alrededor de 1,20 euros,
No escuchen al verdugo
Quienes vivimos los años de la banda terrorista ETA, no olvidaremos jamás el nombre de Irene Villa. En 1991, cuando Irene tenía 12 años, ETA colocó una bomba lapa en su coche. Justo antes de que su madre la dejara en el colegio, en Madrid, el artefacto estalló violentamente.
Los medios retransmitieron las escalofriantes imágenes del atentado, donde puede verse a Irene y a su madre ensangrentadas, mutiladas, rotas. Irene llegó al hospital con un hilo de vida, pero sobrevivió. Perdió las piernas y tres dedos de una mano. Su madre perdió una pierna y un brazo. El mismo día, ETA asesinó a Francisco
El oso Berkley sale de excursión
En muchas zonas de España, la naturaleza está muy domesticada. Demasiado, supongo. Cuando uno va al monte, prácticamente no se ven otros animales que pájaros e insectos. Así que, cuando los españoles salimos de turismo y vemos animales, a veces nos exaltamos. El simple hecho de ver una ardilla puede hacernos gritar, señalarla con el dedo, sacar apresuradamente el teléfono o la cámara y hacerle fotos hasta aburrirnos.
La ardilla está muy bien, digamos que como “reintroducción” al mundo animal. Pero, obviamente, uno puede encontrarse con animales más… impactantes. Haciendo excursionismo en parque
Salvar vidas no es un delito
Cada año se ahogan miles de personas en el Mediterráneo, mientras intentan alcanzar las costas de Europa. Huyen de la guerra, del hambre, de la desesperanza. Salen casi a diario en las noticias; hombres, mujeres y niños abarrotados en pequeños botes. Unas veces, les vemos llegar a la costa o ser rescatados en el mar, agotados, deshidratados. Otras, las imágenes solo muestran los restos de sus precarias embarcaciones.
Aunque muchos huyen de vidas rotas, en sus países de origen tienen nombre, familia, una comunidad, por frágil que sea. Cuando se embarcan en el peligroso intento de cruzar el Medit