Imagino que a Putin le encanta cuando hay elecciones en Rusia. Es el momento para darse a sí mismo unas palmaditas en la espalda. El momento de decidir, con independencia de las papeletas depositadas por sus compatriotas en las urnas, los resultados de la votación. Y el momento de reírse de todos los que nos tomamos en serio la democracia.
Comentando las elecciones rusas en los términos en los que las comentamos —no puedo evitar pensarlo— , le hacemos el juego a Putin. Como decía hace años el lingüista George Lakoff: ¿qué le viene a uno a la cabeza cuando escucha “¡No pienses en un elefante!”?
El suspiro de alivio pudo oírse en muchos lugares de Europa. El pasado miércoles, 13 de marzo, casi 4 meses después de las elecciones holandesas, Geert Wilders anunciaba en las redes sociales que no tenía los apoyos suficientes para convertirse en primer ministro.
No ha sido por falta de ganas. Después de la sorprendente victoria de su formación política, el Partido de la Libertad, en las elecciones, un Wilders exultante pensó que, tras décadas en la política, había llegado finalmente su hora. Las negociaciones para formar un posible Gobierno de coalición, sin embargo, se anticipaban difíciles.
En el mundo de la educación abundan los debates. En España —quizá en otros países también— las discusiones suelen ser encarnizadas y, en muchos casos, recurrentes. Ahora, Cataluña ha vuelto a abrir la caja de los truenos con la cuestión de los horarios escolares: ¿jornada intensiva —de 8 a 3, con dos descansos— o jornada partida —de 9 a 1 y de 2:30 a 4:30 —?
Después de la pandemia de Covid, en Cataluña, y en otras comunidades autónomas, se impuso el horario intensivo. Ahora, los alumnos de la mayoría de centros de enseñanza secundaria catalana tienen las tardes libres. Pero, tras los malos resu
En el pueblo de mi madre, la panadería de la plaza mayor estuvo cerrada durante años. Un descolorido cartel de “se traspasa” colgaba de la puerta, y en él todavía podía leerse un número de teléfono, pero, después de tanto tiempo, uno se preguntaba si seguiría funcionando. De eso, sin embargo, hace ya tiempo. Dicen que ahora viven en el pueblo muchos escandinavos. La fiebre del pan artesano, imagino, habrá desembarcado también allí, y la panadería de la plaza mayor probablemente haya vuelto a prosperar.
El panadero del pueblo de mi madre se alegraría, imagino, al ver que muchos jóvenes vuelven a
“Vengo a que me sorprendan”, decía hace unos días en ARCO — la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid— Ella Fontanals-Cisneros. No debe ser fácil sorprender a una coleccionista tan experimentada, y, sin embargo, al poco de hacer el comentario, Fontanals-Cisneros adquiría, frente a las cámaras de RTVE, una obra de la artista española Teresa Lanceta.
Estos días, he leído alguna queja en los medios: se dijo que la edición de ARCO de este año, celebrada entre el 6 y el 10 de marzo, ha asumido pocos riesgos y que la feria se ha vuelto muy comercial. Puede ser, aunque uno pensaría que, e