La vida es corta, frágil, cruel, impredecible… Sin importar cuál ángulo adopten al rumiar sobre este simple hecho que nos une a todos, lo innegable es que no vivimos para siempre... Nuestra mortalidad, por lo tanto, es una obsesión natural, inescapable; incontables son las meditaciones sobre este tema que hemos documentado a través del arte y la literatura. Nos preguntamos ¿cómo muestra uno su apreciación por el regalo de la vida? y frecuentemente la respuesta a esa pregunta es: disfrutar, comer y beber.
Según el historiador griego Herodoto, los antiguos egipcios tenían una costumbre siniestra. En algunos banquetes, el anfitrión hacía circular entre sus invitados un pequeño ataúd con un hombre de madera dentro, diciéndoles: “mírenlo, coman, beban y diviértanse, pues cuando hayan muerto serán como éste…” Hemos de creer que este gesto inspiraba a los comensales a disfrutar aún más de sus manjares y libaciones...
Según el historiador griego Herodoto, los antiguos egipcios tenían una costumbre siniestra. En algunos banquetes, el anfitrión hacía circular entre sus invitados un pequeño ataúd con un hombre de madera dentro, diciéndoles: “mírenlo, coman, beban y diviértanse, pues cuando hayan muerto serán como éste…” Hemos de creer que este gesto inspiraba a los comensales a disfrutar aún más de sus manjares y libaciones...